martes, 16 de agosto de 2011

No me hagan enojar...


Estaba con Bere como en una feria o algo así. Llevábamos un catre y otra cosas más a través de muchas avenidas con sendas peatonales y muchos autos. Después de mucho dar vueltas descansábamos en una esquina donde una señora vendía cosas para comer hechas con frutas. Comprábamos unos sanguches de palta, pero en lugar de pan tenía rodajas de melón. Cuando íbamos a pagar la vieja se hacía un quilombo con el cambio, 'que dame dos pesos, que mejor uno, ¿no tenés cinco?, que no tengo cambio', después se ponía a contar todas sus monedas, tardaba una barbaridad haciendo pilitas de monedas y después decía "acá hay 315 pesos, o sea que me tenés que dar hasta completar 322", ¿Qué?? Era claro que en esas monedas no había más de 15 o 20 pesos. Me empecé a calentar con la vieja mentirosa e hinchapelotas. 'A ver que las cuento yo..., ¿no me digas que te vas a poner a contar?, Sí las voy a contar porque acá no hay más de 20 pesos, pero estás loco? me estás desordenando todo!!'. En este punto me empecé a calentar tanto que sentí que algo iba a suceder. Miré para abajo, tomé todo el aire que pude y empecé a gritar guturalmente con voz de trueno estridente... "¡Siiiiiiiiiií!! ¡Estoy loooocooooooooo!!, ¡Siiiiiiiiiiiiií!!!!!..." al tiempo que revoleaba todas las monedas de la vieja por el aire y le destruía todo el puestucho a las patadas mientras la vieja gritaba y los transeúntes miraban anodadados.

Terminé envuelto en el paño negro de la vieja en el medio de la calle y todo lleno de monedas. Se produjo un silencio en el que supuse que se estarían preparando para agarrarme y yo, que estaba completamente poseído por el odio, remonté vuelo con el paño a modo de capa. Mientras volaba, buscaba a la vieja entre la multitud y cuando la encontré estaba escapando como lo esperaba. Para que se separe de la gente me paré cual Arpía en uno de los alambrados del predio (que era el gimnasio Nº1 de Cutral-Có) y empecé a emitir un grito atroz que fue volviéndose más grave y más antiguo con el correr del tiempo. La gente se apartaba horrorizada ante aquel grito maligno y ensordecedor y en el medio sólo quedaba la vieja corriendo, escapando. Era una bruja, yo también, pero subestimaba peligrosamente su poder porque estaba completamente poseído por la ira. No me hagan enojar...
Salí tras ella volando bajo gruñendo y gritando a la multitud que huía despavorida cayéndose unos sobre otros, tal es el grado de lastimosa debilidad de la multitud cuando tiene miedo. La vieja trepó ágilmente el alambrado y huyó hacia la vereda, tuve que remontar vuelo porque venía muy bajo. Cuando cruzó la calle intentó su último truco, frenó en seco, transfiguró su cabeza y salió corriendo hacia el lado opuesto. Por un instante pensé que la iba a perder, que tardaría demasiado en dar la vuelta volando a grandes trazos como lo venía haciendo, que esas pocas milésimas que tardaría en dar una semi circunferencia en el vuelo bastarían para que la vieja desapareciera completamente de mi vista gracias a ese movimiento inesperado que había ejecutado habilmente. Pero fue entonces que se me ocurrió que no necesitaba seguir las leyes de la inercia si lograba sacarlas de mi mundo en aquel instante, olvidándolas...anulando su existencia en mi mente. Lo hice instantáneamente y volé en sentido opuesto sin siquiera frenar. Un movimiento no imaginado, inhumano. La capturé en la vereda de los eucaliptus del gimnasio y en el preciso momento en que la envolví con mi capa (que era la suya) desaparecimos como una pompa de jabón negra, ante la mirada atónita y lejana de la multitud.
Quien sabe cuantos años estuvimos luchando dentro de aquella cápsula mágica, encerrados entre dimensiones posibles.


Finalmente fui yo quien le absorbió su poder y la transformó en una niña. Una niña residual, hecha de cenizas, que debería ahora custodiar por el resto de la eternidad...
Visitaba sí, esporádicamente, a mis padres, vistiendo un manto de visón que me cubría un hombro y dos bastones largos y deformes, de madera de nogal. Siempre les dije que no se pongan mal, que simplemente vivía en otro lugar y que podía regresar en cualquier tiempo posible a visitarlos un rato.
A veces lo comprendían, a veces no.-