No era la primera vez que sucedía, pero los últimos dos cuerpos
habían llegado por el río completamente desfigurados y a los
habitantes del poblado les ganaba el pánico y la desesperación.
El caso llamó la
atención de las autoridades del país, quienes enviaron a dos
agentes especiales a liderar las pesquisas. Mate Zec y Magra Viluta
arribaron al pueblo y comenzaron de inmediato a realizar entrevistas
a los habitantes de la villa.
El principal
sospechoso era K. Wahol, un poblador que había sido expulsado de la
región hacía más de una década por sus hábitos infames. K. se
fue jurando venganza al pueblo y durante años escribió cartas
aterrando a distintos habitantes describiendo cómo les mataría. K.
también tenía antecedentes menores en otras provincias y era
conocido por su habilidad para escabullirse y desaparecer.
Zec y Viluta eran
dinámicos y expeditivos. La hipótesis principal era que el asesino,
sea quien fuera, se refugiaba en las nacientes del río y en
consecuencia, comenzaron de inmediato a organizar una expedición. No
obstante, rápidamente advirtieron que esta era una tarea para nada
fácil.
El río corría
apaciblemente por el pueblo, pero hacia arriba de su curso se
encajonaba en paredes de roca escalofriantemente altas, imposible de
remontar por la orilla.
«
¿Que tal si fueron arrojados desde allá
arriba? » La idea de Zec no parecía del todo
descabellada, pero perdió terreno al entrevistarse con el bombero,
quien aseguró que era muy difícil llegar a ese risco, por la
irregularidad y tamaño de las rocas que lo conformaban. Sería
prácticamente imposible transportar un cuerpo hacia allí.
« ¿Y
si los transportaron vivos? » La pregunta de Magra
era al menos inquietante.
Al fin llegaron a la
conclusión de que había dos maneras de remontar el río: navegando
con el bote de Ciro el pescador o por el camino viejo a la abadía
abandonada, que bordeaba los altos riscos y llegaba casi a las
nacientes del río.
El primero era un
viaje de un par de horas, mientras que el segundo les tomaría el día
completo. No obstante, ninguno estaba exento de dificultades. Ciro
pescaba río abajo, aseguraba haber remontado el río sólo una vez y
que no era para nada fácil, motivo por el cual cobraba un precio
exorbitante.
El camino a la
abadía abandonada era sumamente largo y además, no quedaba casi
nadie que lo conociera, muchos aseguraban incluso que el sendero
debía de estar tapado por la vegetación desde hace años y sería
imposible encontrarlo. Los únicos que solían recorrer antiguamente
ese camino eran el párroco y su monaguillo. Pero el padre Kurtov era
muy viejo ahora como para caminar tanto, y su monaguillo, un muchacho
abandonado en el pueblo cuando pequeño y criado por Kurtov, sufría
de un retraso mental considerable.
« El
hecho de que nos enterásemos de la existencia de esa abadía a
último momento es llamativo. Si Wahol está escondido en algún lado
con seguridad es allí » El razonamiento de Zec
era comprensible « Por otro lado, los obstáculos
del pescador para ir también me parecen sospechosos... ¿qué tal si
ha mentido y sí ha remontado con frecuencia el río? por
ejemplo... para tirar los cadáveres ».
« No
veo tan mal llevar como guía al monaguillo, el precio del bote está
totalmente fuera de nuestro presupuesto y el pescador es demasiado
codicioso y testarudo como para cambiar su postura »
« ¿Sugieres ir
con un retrasado? Ya sabes que en estas cosas no me interesa mucho la
moral y prefiero ser sincero, me caen mal los retrasados Magra y lo
sabes »
La discusión no
tenía caso porque la verdad que planteaba Magra era inobjetable:
simplemente no podían pagar el bote, si querían llegar a la
naciente del río sólo había una opción por intentar.
Por la tarde le
explicaron todo al padre Kurtov, quien se encargaría de hacérselo
entender a su monaguillo.
« No
van a tener ningún tipo de problemas, más allá de su condición,
es un chico muy responsable y entiende las tareas, le he encomendado
todo tipo de trabajos y los ha cumplido. Sólo les pido que lo
cuiden, aunque por fuera es robusto y fuerte, no deja de ser un chico
sensible »
Partieron los tres a
primera hora de la mañana. El chico se veía notablemente preparado,
botas y ropa de explorador, cantimplora y morral de cuero, machete,
gorro montañés y mochila.
« Ya
tiene aquí su vianda, buena suerte » dijo el
viejo palmeando el cargamento de su acólito.
A ambos les
sorprendió el tamaño del muchacho. Tendría entre veinte y treinta
años y era simplemente enorme. No de una estatura fuera de lo normal
digamos, pero bastante alto. Su espalda era muy amplia y sus miembros
anchos como patas de elefante, parecía incluso como si todos sus
huesos fueran toscos y excesivamente gruesos, al estilo de un
Neanderthal. Caminaba encorvado y balbuceaba palabras
inentendibles, aunque sus gestos eran claros. Saludaba, marcaba que
lo sigan, indicaba sí y no con la cabeza de manera coherente y sabía
señalar. Al parecer, entendía también todo lo que le decían. En
ocasiones comenzaba a babear y permanecía sumido en esa actividad
acompañada de un sonido rítmico un largo rato mientras caminaba.
« Es
desagradable » murmuró Zec.
La entrada al camino
ciertamente estaba tapada de vegetación, los agentes nunca la
hubieran distinguido entre el matorral. Ellos iban detrás, mientras
su guía abría camino a torpes machetazos. El sendero entraba luego
a un bosque alto dentro del cual estaba claramente marcado. A Magra
le pareció incluso distinguir huellas humanas relativamente frescas,
lo cual hizo notar a su colega.
La fase siguiente
rodeaba los riscos y era completamente rocosa. Ciertamente no había
forma de reconocer un sendero como tal, pero el muchacho sin embargo,
avanzaba confiado.
Cuando llegaron a un
pastizal se sentaron a almorzar en un claro fuertemente apisonado,
probablemente por vacas, planteó Zec, aunque no habían cruzado
ninguna en todo el camino.
Lo que seguía era
una subida con pendiente intensa y vegetación de pradera, por la
cual caminaron durante un par de horas más.
Llevaban más de
siete horas de caminata y el río no se veía por ningún lado desde
temprano. Zec empezaba a inquietarse y a sentirse sumamente molesto.
« Escucha
idiota ¿donde está el río? ¿sabes adonde vamos no?
»
« No
lo trates así » irrumpió Magra y se colocó
entre los dos hombres.
Zec ya lo había
increpado antes y a ella no le gustaba para nada esa actitud. El
muchacho sólo agachaba la cabeza y se lamentaba para sí sin
responder. Sin embargo, cuando ella le explicó amablemente que
necesitaban llegar cuanto antes a la naciente del río y a la abadía
abandonada, el retrasado indicó activamente una dirección. Hacía
señales eufórico, lo que interpretaron como que faltaba poco para
llegar. Retomaron la marcha.
« ¿Vienes
a menudo? » El muchacho no contestó, sólo
parecía feliz y babeaba. « ¿Alguna vez viste a
alguien por aquí? » insistió ella. El monaguillo
negó instantáneamente con la cabeza.
En efecto, en poco
menos de una hora arribaron de pronto a un pequeño valle de altura,
en donde el río se dividía en varios arroyos que se internaban en
la montaña. Claramente estaban en las nacientes del cauce principal.
« ¡Mirá
allí! » señaló Magra. Uno de los arroyos se
internaba en un roquerío donde caía una cascada, y a su lado, una
antigua construcción en ruinas de aspecto monacal.
« Vamos con
cautela Magra, llegaremos en tan sólo unos minutos pero Wahol podría
merodear por aquí »
Los agentes iban uno
al lado del otro a paso raudo y el monaguillo varios pasos detrás.
Lo habían ignorado bastante en esta última parte del camino,
ansiosos como estaban de llegar a su destino que ahora visualizaban a
apenas a unos cientos de metros. Finalmente le hicieron algunas
indicaciones para caminar con sigilo, y comenzaron a bordear el
valle, rumbo a la abadía. Iban justo en la línea entre el pastizal
y los arbustos, realizando movimientos tácticos que denotaban la
destreza y el buen entrenamiento de los agentes.
El primer golpe sonó
como un leño seco que se quiebra a la mitad.
La cabeza de Magra
se partió como un huevo y por la hendidura en su cráneo caía ahora
una vertiente caudalosa de sangre y los sesos casi completos.
Zec contempló la
escena estupefacto. Incluso alcanzó a ver la expresión de horror en
la cara de Magra, mientras caía como un simple pellejo colgando a un
lado del cuerpo, des-craneada.
La roca que sostenía
el muchacho era enorme, casi tres veces la cabeza de la mujer.
Toda esta visión
duró apenas un instante.
Cuando Zec reaccionó
para buscar su arma, la roca ya venía lanzada hacia él.
Arrojar una roca de
esas dimensiones era casi imposible para una persona normal, pero un
leve desnivel a favor del atacante y su fuerza descomunal, lo
beneficiaron, y si bien Zec pudo a último momento esquivarla,
trastabilló y cayó hacia atrás en el suelo pedregoso.
El hombre quiso
incorporarse rápidamente pero un empujón fuerte en el pecho lo
volvió a tumbar. La baba caía copiosamente sobre su cara, y no
había comenzado a maldecir al retardado cuando el machete se hundió
profundo y limpio entre su hombro y el cuello clavándose secamente
en la clavícula.
El grito del hombre
surgió de sus entrañas, mientras observaba borrosa la figura enorme
de su atacante sobre sí.
El segundo machetazo
se hundió del otro lado y dio de lleno en la parte lateral del
cuello.
Los golpes se
sucedieron a un lado y otro del cogote y la sangre saltaba a
borbotones de las heridas.
Eso fue lo último
de lo cual Zec tuvo conciencia.
Después le pareció
sentir que era arrastrado. Le pareció sentir agua.
Si alguien hubiera
observado la escena, sin embargo, estaría de acuerdo en que ese
hombre ya no podría sentir nada, teniendo como tenía, la cabeza
completamente desprendendida de su cuerpo, colgando apenas de un
manojo de tendones, mientras lo sumergían en el río.
n-
18-01-21
Ilustración: Cristian Valverde
@dibujosvalverde